Cultura

El perro.

Autoregistro de lo que siempre queremos evitar.

El perro.

Me despierto y son las 6 de la mañana.

La luz atraviesa la cortina y crea destellos violaceos, que rompen la blancura de la pared. Mi gata me lame la nariz como todas las mañanas, apurando mi despabilo. Mientras comienzo a conectarme con la totalidad de mi cuerpo, empiezo a percibir mi alma y con ella, mi sentir.

Al parecer, la carne advierte cuando una amanece con conflictos. Se siente en el pecho, específicamente en el corazón. Es una molestia. Como la etiqueta que roza continuamente la piel con el movimiento y la irrita. Así es, la angustia no pide permiso, un día aparece y ya. Y molesta. E insiste, insiste un montón. Es como el perro de las emociones; salta, lame, ladra, exige jugar, rasguña y no entiende los no

Empiezo a lavarme la cara con agua fría, para vincularme con la materialidad; me peino para adecuarme a los cánones; me visto para protegerme y me perfumo, para romantizar (aunque sea un poco) la realidad. Me pregunto mirandome al espejo, con estas ojeras que no conocen termino ¿dónde van todas esas palabras, que no digo en voz alta?, ¿Habrá algún lugar?, ¿Existirá una especie de google drive del mas allá, donde se guarden todos los posibles que imaginé?, ¿Donde se almacenan las frases atragantadas de emoción, que el miedo supo arrebatarme?, ¿Habrá diccionario que archive todas las formas que tuve que inventar, para dejar de sentir?.
Concluyo en que no entender nada, es el primer paso y salgo a la calle. Hoy toca sacar a pasear al perro.